Dehays (2002) sostiene que durante mucho tiempo se pensó que la investigación realizada por disciplinas como la geología, la geomorfología, la climatología, la vulcanología, entre otras, y la actividad profesional de la ingeniería eran suficientes para explicar la existencia de calamidades, y que, en consecuencia, los conocimientos que ellas generaban eran válidos para su manejo y solución.
Bajo la influencia de este enfoque los desastres pasaron a apellidarse “naturales”, situación que aún permanece sin modificaciones sustantivas. La consolidación de esta visión de los desastres ha tenido consecuencias decisivas para entender la ocurrencia de calamidades e imaginar opciones de solución. Surge entonces, la intervención de disciplinas de las ciencias sociales.
Los primeros esfuerzos por incorporar la perspectiva social al estudio de los desastres pueden encontrarse en estudios tan tempranos como los de Sorokin (1943), quien analiza los diferentes arreglos institucionales y políticos que se instrumentan desde el Estado para hacer frente a una calamidad, y White (1945), quien por su parte llama la atención acerca de la importancia de los ajustes sociales para entender la presencia de inundaciones.